El género vernáculo. Joaquín Mortiz / Planeta, 1990. 207 pp. ISBN 968-27-0379-4 |
La transcripción aquí presentada se refiere a la edición 1990, se mantiene la referencia del número de página en la versión impresa para uso del lector (números en azul). También están señaladas con amarillo las palabras con futuros enlaces de hipertexto. (NDE) |
ÍNDICE
I. Sexismo y crecimiento económico 9 II. El sexo económico 29 III. El género vernáculo 78 IV. La cultura vernácula 101 V. Los dominios del género y el medio
vernáculo 118 VI. El género a través del tiempo 157 VII. Del género roto al sexo económico 189
La ruptura con el pasado, descrita por otros
como la transición a un modo capitalista de producción, la describo aquí
como el tránsito de la égida del género al régimen del sexo. En este libro
resumo la posición a la que llegué en una conversación con Barbara Duden,
misma que surgió a raíz de una controversia entre nosotros. Originalmente
el tema era el estatuto económico y antropológico del trabajo doméstico en
el siglo XIX, lo cual traté en Shadow Work. Considero que este ensayo es
un paso más hacia la historia de la escasez que deseo escribir. En el caso
de Barbara Duden, no me es posible recordar cuál de los dos guió al otro
hacia una nueva percepción, sin dejar de ser críticos de nuestras
perspectivas originales. Mi colaboración con Lee Hoinacki fue diferente;
siguiendo una costumbre ya de veinte años, nos reunimos para hablar de lo
aprendido en el último año. Estuvimos durante dos semanas en su casa y
revisó mi borrador. Al discutir y escribir con él ahí y posteriormente en
Berlín, mi texto adoptó una nueva forma. A menudo nuestras conversaciones
eran interrumpidas por la risa y el deseo expreso de que el lector lograra
compartir nuestro gusto por escribir. Al leer la versión final, no puedo
distinguir qué fue lo que cada quién escribió. Sin su colaboración, sin
duda nunca habría escrito este texto.
ACERCA DE LAS NOTAS TITULADAS Las notas de pie fueron preparadas para mis estudiantes de un curso en Berkeley, en el otoño de 1982, y para quienes deseen usar el texto como guía para un estudio independiente. Cada nota de pie titulada* debe tomarse como una referencia para lectura, una tangente del texto, una puerta hacia la investigación ulterior. Seleccioné libros que me gustaría discutir con mis estudiantes e hice mención a otros de interés general. Algunos de los títulos que menciono los incluyo por la bibliografía que contienen o por la guía que dan sobre la historia, el estado actual de la investigación y la controversia en torno a la materia. Estas notas de pie no tienen la intención de probar sino de ilustrar y matizar mis argumentos; son glosas marginales escritas en contrapunto con el texto, guías de mis conferencias para los estudiantes que desean prepararse con la lectura de este libro. Las notas se relacionan con el texto de la misma manera en que antiguamente las questiones disputatae se relacionaban con la summa. |
I SEXISMO Y CRECIMIENTO ECONÓMICO
10 Primero el proletariado, después los
subdesarrollados y ahora las mujeres son las mascotas favoritas de "los
que se preocupan". Ya no es posible referirse a la discriminación sexual
sin crear la impresión de que se quiere contribuir a la economía política
del sexo: quien no promueve una "economía no sexista", comparte el afán de
solapar la economía sexista que tenemos. Aunque formularé mi argumento con
base en la evidencia de discriminación, no quiero caer en ninguna de estas
dos posiciones. Para mí, la búsqueda de una "economía" no sexista es tan
absurda como aborrecible es la sexista. Aquí dejaré al desnudo la
naturaleza intrínsecamente sexista de la economía como tal y esclareceré
la naturaleza sexista de la mayoría de los postulados básicos sobre los
que está construida esta "ciencia de los valores bajo el supuesto de la
escasez".
11 Quedé atrapado en una telaraña enloquecedora
de palabras clave. Ahora veo que las palabras clave son un rasgo
característico del lenguaje moderno, claramente distintas de los términos
técnicos. "Automóvil" y "jet" son términos técnicos. He aprendido que
tales palabras pueden desbordar el lexicón de un lenguaje tradicional.
Cuando esto sucede, hablo de la criollización tecnológica. En cambio, un
término como "transporte" es una palabra clave. No sólo designa un
dispositivo; imputa, además, una necesidad básica.
En todo idioma industrializado, estas palabras
clave adoptan sentidos aparentemente comunes y cada idioma moderno tiene
un conjunto propio de ellas que da a cada sociedad su perspectiva única de
la realidad ideológica y social del mundo contemporáneo. El conjunto de
palabras clave en todos los idiomas industrializados modernos es homólogo.
La realidad que interpretan es fundamentalmente la misma en todas partes.
Las mismas carreteras que conducen a las mismas escuelas y edificios de
oficinas provistos de las mismas antenas de televisión, transforman
paisajes y sociedades disímbolos en una monótona uniformidad. En forma muy
semejante, los textos dominados por palabras clave se traducen con
facilidad del inglés al japonés y al malayo.
Para explicar la aparición y la propagación de las palabras clave en un idioma, hube de aprender a distinguir el habla vernácula con la que nos familiarizamos a través de la interacción cotidiana con la gente que habla y dice lo que piensa, de la lengua materna enseñada, que adquirimos a través de profesionales contratados para hablar en nuestro nombre y con nosotros. Las palabras clave son una característica de la lengua materna enseñada, Son aún más enlaces que la simple estandarización del vocabulario y de las reglas gramaticales en su represión de lo vernáculo, porque su aparente sentido común da un barniz seudovernáculo a la realidad diseñada por la ingeniería. En consecuencia, en la formación de un lenguaje industrializado las palabras clave son aún más importantes que la criollización a través de los términos técnicos, porque cada una de ellas denota una perspectiva común a todo el conjunto.
He encontrado que la característica más
importante de las palabras clave en todos los idiomas es su exclusión del
género. Por lo tanto, la comprensión del género, y su distinción del sexo
(palabra clave), dependerá de evitar o de usar con cautela todos los
términos que puedan ser palabras clave.
Tras escucharlos con atención llegué a ver que
casi todos mis interlocutores se sentían incómodos porque mi razonamiento
interfería con sus sueños: con el sueño feminista de una economía sin
género y sin roles sexuales obligatorios; con el sueño izquierdista de una
economía política cuyos sujetos fueran igualmente humanos; con el sueño
futurista de una sociedad moderna donde la gente fuera plástica, donde la
elección de ser dentista, varón, protestante o manipulador de genes
mereciera el mismo respeto. La conclusión sobre la economía tout court
evidenciada por mi perspectiva de la discriminación sexual trastornaba
cada uno de esos sueños con igual intensidad, pues los deseos que expresan
están hechos de un mismo material: economía sin género (véase el capítulo
7).
Para que pueda haber competencia por el "trabajo" entre hombres y mujeres, se requiere redefinir el "trabajo" como una actividad apropiada para los humanos independientemente de su sexo. El sujeto en el que se basa la teoría económica es precisamente este humano sin género. Si se acepta la escasez, cunde el postulado unisex. Toda institución moderna, de la escuela a la familia y del sindicato al tribunal, incorpora este supuesto de la escasez, esparciendo así, por toda la sociedad, su postulado esencial unisex.
17 Hombres y mujeres, por ejemplo, siempre han crecido; ahora, para hacerlo,necesitan de "educación". En las sociedades tradicionales maduraban sin que las condiciones para su crecimiento fueran percibidas como algo escaso. Hoy las instituciones de educación enseñan que el aprendizaje y la aptitud deseables son bien escasos por los cuales hombres y mujeres deben competir.
Pero la educación, considerada como ejemplo de una típica necesidad moderna, implica más: supone la escasez de un valor sin género; enseña aun tanto el hombre como la mujer, cuando experimentan su proceso vital, son básicamente seres humanos necesitados de una educación sin género. Las instituciones económicas se basan así en el supuesto de la escasez de valores sin género, igualmente deseables o necesarios para neutros en competencia que pertenecen a dos sexos biológicos.
Lo que Karl Polanyi llamó la "desimbricación"
de una economía formal de mercado,lo describo, antropológicamente, como la
metamorfosis grotesca del género en sexo.
21 Esto es lo que quiero mostrar. Y si es cierto -es decir, si el crecimiento económico es intrínseca e irremediablemente destructor del género, o sea, sexista-, el sexismo sólo podrá reducirse "a costa de" la retracción económica.
Más aún, la decadencia del sexismo requiere
como condición necesaria, si bien insuficiente, la contracción del nexo
monetario y la expansión de formas de subsistencia ajenas al ámbito de la
economía y el mercado.
Este planteamiento es difícil de aceptar para los críticos bienintencionados que intentaron disuadirme de mi actual línea de argumentación; temían que pudiera hacer el ridículo o que sus sueños de crecer con igualdad parecieran fantasías. Creo, sin embargo, que es el momento de trastocar las estrategias sociales, de reconocer que la paz entre hombres y mujeres, cualquiera que sea su forma, depende de la contracción económica y no de una expansión. Hasta ahora, ni la buena voluntad ni la lucha, ni la legislación ni la técnica, han logrado reducir la explotación sexista característica de la sociedad industrial. Como mostraré más adelante, no se sostiene la interpretación de esta degradación económica por el sexo como una simple exacerbación del machismo en condiciones de mercado. Hasta ahora, siempre que se ha promulgado y aplicado legalmente la igualdad de derechos, siempre que el compañerismo de los sexos ha llegado a ser moda, tales innovaciones han producido una sensación de logro a las élites que las proponen y alcanzan, pero han dejado a la mayoría de las mujeres en la misma posición que antes, cuando no en peores condiciones.
El ideal de una igualdad económica unisex está
agonizando, al igual que el ideal de que el crecimiento conduce a una
convergencia del PNB al norte y al sur del ecuador. Sin embargo, ahora es
posible invertir la cuestión. En lugar de aferrarse al sueño de un
crecimiento antidiscriminatorio, la razón exige buscar la contracción
económica como política que propicie el surgimiento de una sociedad no
sexista o, por lo menos, menos sexista. Al reflexionar, veo ahora que una
economía industrial sin una jerarquía sexista es tan inconcebible como una
sociedad preindustrial sin género, es decir, sin una clara división entre
lo que hacen, dicen y ven hombres y mujeres. Ambos son sueños de opio, sin
importar el sexo de quien los sueña. Pero la reducción del nexo monetario,
es decir, de la producción y la dependencia de mercancías, no está en el
reino de la fantasía. Tal repliegue, es cierto, significa la renuncia a
las expectativas y los hábitos cotidianos hoy considerados "naturales al
hombre". Mucha gente, incluyendo algunos que saben que dar marcha atrás es
la alternativa necesaria al horror, considera imposible esta opción, pero
un número rápidamente en aumento de gentes experimentadas, junto con un
creciente número de expertos (algunos convencidos y otros oportunistas)
coinciden en que es la decisión más sabia. La subsistencia que se basa en
una desconexión progresiva del nexo monetario parece ser hoy una condición
de supervivencia.
La traducción de tal planteamiento en acción
específica requeriría de una alianza multifacética de muchos grupos e
intereses diversos que pretenden la recuperación de los ámbitos de
comunidad, lo que yo llamo la "ecología política radical". A fin de atraer
a esta alianza a quienes resienten la pérdida del género, estableceré el
vínculo entre el tránsito de la producción a la subsistencia y la
reducción del sexismo.
A todo lo largo del ensayo, he preferido precisar el argumento teórico con ejemplos en lugar de recargarlo de datos. Recurriré a los primeros a fin de ilustrar la teoría y de estimular la investigación, y los datos--cuando los haya--quedarán integrados en las notas temáticas al pie de página. Debido a la novedad de este enfoque teórico y a la insuficiencia de estudios empíricos que adopten esta perspectiva, creí ocasionalmente necesario usar un nuevo lenguaje.
No obstante, siempre que fue posible utilicé
palabras viejas en formas nuevas para decir en precisión lo que exigieron
tanto la teoría como la evidencia.
Al decir sexo económico o social me refiero a la dualidad que se tiende hacia la meta ilusoria de la igualdad económica, política, legal o social entre hombres y mujeres. En esta segunda construcción de la realidad, como lo demostraré, la igualdad es casi pura fantasía. El ensayo, entonces, está concebido como un epílogo de la era industrial y sus quimeras. Al escribirlo llegué a comprender de otra manera --más allá de lo que vi en Tools for Conviviality, 1971 (La convivencialidad, 1974; Joaquín Mortiz/Planeta, 1985)-- lo que esta era ha destruido irremediablemente. Únicamente la grotesca metamorfosis de los ámbitos de comunidad en recursos se puede comparar con la del género en sexo. Describo esta última a partir de la perspectiva del pasado. Del futuro no sé ni diré nada. |